Gracias a un golpe de calor

Ambar Lorenzo (Panamá) y Enrique Garabetyan (Argentina)

Durante casi toda la historia de la Humanidad, tomar un simple sorbo de leche podía ser fatal para la salud. Pero a fines del siglo XIX eso cambió. Gracias a un “golpe de calor” ahora podemos consumir leche fresca y sabrosa sin riesgo de enfermarnos.

Ilustración vaca: © ONYXprj-Adobe Stock

Aunque hoy en día la leche es un alimento que se consume a diario y es sinónimo de salud, hace apenas dos siglos tomar un vaso de leche podía ser peligroso. Efectivamente, la leche que le servían a nuestros tatarabuelos en la mesa, aunque fuera ordeñada en forma cotidiana, no tenía nada que ver con la leche que bebemos hoy.

Hasta fines del siglo XIX la leche se echaba a perder muy fácil y rápidamente, y con frecuencia era un vector para la transmisión de enfermedades graves, como la tuberculosis. Además, tomarla causaba infecciones y problemas digestivos, debido al gran número de bacterias presentes en la leche cruda (sin tratamiento). Recién a mediados de ese siglo el químico francés Louis Pasteur encontró la solución que hoy nos permite disfrutar de un vaso de leche fresca y segura. Y lo curioso es que el hallazgo salvador de la leche llegó gracias a la demanda de otra bebida: el vino.

Pasteur ya era un químico reconocido cuando en 1864 Napoleón III le pidió que estudiara alguna solución al problema que afectaba a la industria vitivinícola francesa. Ocurría que el vino francés era muy apreciado en toda Europa, pero el contenido en las botellas solía dañarse (se descomponía) durante el largo tránsito desde las bodegas hasta los consumidores de ciudades alejadas. En ese entonces, ya se sabía que hervir los alimentos ayudaba a preservarlos, pero con el vino ese procedimiento no servía, ya que arruinaba el sabor de la bebida.

Haciendo experimentos, Pasteur descubrió que el gusto del vino se dañaba por la acción de bacterias y hongos; y logró desarrollar un método que le permitió eliminar gran parte de los microorganismos sin que la bebida se degradara. Lo que hizo fue almacenarlo en cubas selladas y elevar su temperatura hasta un punto inferior al de ebullición (el vino no hervía), manteniéndolo a esa temperatura durante un breve periodo de tiempo. Tras repetir el procedimiento comprobó, experimentalmente, que las poblaciones de bacterias en las cubas se reducían en forma sostenida. Aplicando ese tratamiento el vino quedaba apto para el consumo durante largo tiempo y no se alteraban su sabor, textura, olor y color.

Con los años este procedimiento se comenzó a aplicar en otros alimentos en los que también era necesario minimizar la presencia de patógenos que causan su deterioro o produce enfermedades, y resolvió el problema que afectaba a la industria de la leche. En honor a su creador, el proceso fue bautizado “pasteurización”.

Tratamiento a golpes

Los trabajos de Pasteur demostraron un principio general: a bajas temperaturas los microorganismos que causan enfermedades sobreviven, pero se multiplican en forma lenta. A medida que la temperatura aumenta, las bacterias ven estimulado su ciclo reproductivo y por lo tanto se eleva su concentración en un medio adecuado. Pero si la temperatura llega a valores suficientemente altos las bacterias mueren. Estos conceptos sirvieron para fijar las bases de los diferentes tipos de pasteurización que hoy utiliza la industria láctea.

La pasteurización (o pasterización) consiste básicamente en un tratamiento térmico. En palabras simples, se trata de aplicar un golpe de calor cuyo objetivo es destruir los microorganismos, tanto los que son patógenos para las personas (los que nos enferman) como aquellos que aceleran la descomposición del producto.

Los dos factores claves para la pasteurización son la temperatura a la que se somete el producto y el tiempo durante el que se mantiene dicha temperatura. Con una adecuada pasteurización se logra disminuir casi toda la flora de los microorganismos que favorecen la descomposición de la leche (microorganismos saprofitos) y la casi totalidad de los agentes microbianos que causan enfermedades, alterando lo mínimo posible la estructura físicoquímica de la leche y la de sus componentes activos y saludables, como enzimas y vitaminas.

Cuando el tratamiento es debidamente realizado y verificado, es posible garantizar que la leche que se dedica al consumo es segura y, además, tendrá una vida útil razonable para ser comercializada. Según las combinaciones de rango de temperatura y tiempo a las que se somete la leche se distinguen diferentes tipos de tratamientos térmicos, cada uno de los cuales permite obtener leche para diferentes aplicaciones (según las bacterias que elimine), con mayor o menor vida útil, y con distintos efectos químicos sobre el producto.

Termización: Temperatura entre 57 °C y 68 °C, durante un tiempo de entre 5 segundos y 30 minutos. Este tratamiento no permite obtener leche apta para consumo, ya que elimina sólo algunos patógenos y microrganismos de los que aceleran el deterioro del producto. Se utiliza para tratar leche cruda que va a ser usada como materia prima para fabricar otros productos, ya que permite extender su vida útil previo a que se le apliquen otros procesamientos. Produce pocos efectos químicos.

Pasteurización: Temperatura entre 72 °C y 80 °C por un tiempo de entre 15 y 30 segundos (son varias las opciones térmicas aceptadas). Permite obtener leche apta para consumo humano con apenas pequeños efectos en las vitaminas (alrededor de un 5 % de proteínas desnaturalizadas)

Pasteurizacion con vida útil extendida (VUE): Temperatura entre 125 °C y 140 °C, por un tiempo de entre 1 y 10 segundos. Se obtiene leche apta para consumo humano, con vida útil extendida a temperatura de refrigeración. Altera el sabor del producto y produce una degradación significativa de algunas proteínas (dependiendo de las condiciones del calentamiento).

Procesamiento UHT: Temperatura entre 135 °C y 150 °C por un tiempo de entre 1 a 10 segundos. (La sigla UHT deriva del nombre del tratamiento en inglés, Ultra High Temperature, que significa temperatura ultra alta). La leche tratada con esta combinación de temperatura-tiempo es apta para consumo y con larga vida útil, conservada a temperatura ambiente. En varios países se le conoce como leche “larga vida”, son productos comercialmente llamados estériles. Según el tipo de calentamiento produce distintos efectos químicos. Altera el sabor de la leche y produce un alto nivel de degradación de algunas proteínas.

Golpes bien medidos

Según explica Emanuel Trejos, ingeniero en alimentos, consultor y profesional egresado de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Tecnológica de Panamá, “para lograr una correcta pasteurización y obtener leche inocua y segura hay que extremar los cuidados de dos factores del proceso: temperatura y tiempo. Ambos son clave, porque si nos pasamos apenas un grado, tanto el sabor como el color de la leche se verán alterados. Y si se llega a apenas un grado menos, la pasteurización sería ineficiente y se corre el riesgo de no obtener la reducción buscada en la cantidad de microorganismos presentes en el fluido».

También hay que controlar en forma estricta el tiempo al que la leche permanece a la temperatura necesaria para destruir dichos microorganismos. Porque, si ese lapso de tiempo se excede, el efecto de la temperatura comenzará a deteriorar algunos de los componentes nutricionales de la leche.

Para prevenir eso se utilizan instrumentos que registran la temperatura y el tiempo y verifican que los pasteurizadores operen dentro de los límites de seguridad del proceso. Y para que tengan la necesaria exactitud, dichos instrumentos deben ser calibrados periódicamente por laboratorios especializados. A su vez, estos últimos deben seguir los lineamientos que proponen en ese sentido los Institutos Nacionales de Metrología de cada país, cuya misión es definir, mantener y diseminar los patrones nacionales de medida. En este caso, para garantizar la seguridad y la calidad de vida de las personas que consumirán leche y otros alimentos pasteurizados cuya salubridad debe ser controlada en forma regular.

Según los datos recopilados por los expertos de la IDF – International Dairy Federation (Federación Internacional de la Leche) hoy en día la pasteurización es la tecnología más utilizada por la industria láctea global. Pese a que se han desarrollado otras alternativas, la marcada preferencia por la pasteurización se atribuye a la eficiencia y practicidad de una idea que viene dando excelentes resultados desde fines del siglo XIX.

Actualmente son varios los alimentos que podemos comer tranquilos gracias a los golpes de calor propuestos por Pasteur; la leche es sólo uno de tantos. Y por sus descubrimientos, siempre le estaremos agradecidos.

(Las bacterias seguramente no tanto).

TRATAMIENTOS TÉRMICOS Y BACTERIAS AFECTADAS
Tipo de tratamiento Combinación
temperatura-tiempo
Bacterias afectadas
Termización Temperatura: entre 57 °C y 68° C

Tiempo: entre 5 segundos y
30 minutos

 

Destruye algunos patógenos (no esporas) y algunos microorganismos psicrótrofos que aceleran el deterioro del producto.
Pasteurización Temperatura: entre 72 °C y 80 °C

Tiempo: entre 15 y 30 segundos

 

Destruye patógenos (no en forma de esporas) y algunos microorganismos psicrótrofos que aceleran el deterioro del producto. No destruye esporas ni bacterias vegetativas resistentes al calor.
Pasteurización con VUE

(Vida Útil Extendida)

 

Temperatura: entre 125 °C y 140 °C

Tiempo: entre 1 segundo y 10 segundos

Destruye todas las bacterias que no están en forma de esporas y la mayoría de las esporas que resisten el calor y el frio.
Procesamiento UHT Temperatura: entre 135 °C y 150° C

Tiempo: entre 1 segundo y
10 segundos

Destruye todas las bacterias y esporas (salvo unas pocas).
Fuente: https://www.fil-idf.org – IDF Factsheet 001/2018-02 (adaptación y traducción del autor).