En los últimos 400 mil años…

Claudia Mazzeo (Argentina)

En los últimos 400 mil años nunca hubo la concentración de dióxido de carbono que tenemos hoy en la atmósfera”

Inés Camilloni es un referente internacional en cambio climático. Es doctora en Ciencias de la Atmósfera, profesora universitaria, investigadora y varias veces integrante del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).

-¿Desde cuándo se tienen datos de mediciones climáticas para hacer una evaluación evolutiva del cambio climático?

-Información meteorológica de estaciones, como para medir la temperatura y evaluar el cambio en la temperatura global, desde 1850 a nivel global. 

-Los lugares en los que se recoge información, los puntos de monitoreo, ¿son suficientes?

-Es una distribución muy heterogénea. Hay países que están muy bien monitoreados y desde hace mucho tiempo, y que cuentan con observaciones sistemáticas, confiables, durante muchas décadas hacia atrás; porque para estudiar cambio climático uno necesita registros largos de tiempo. Argentina tuvo una situación más variable, épocas con más cantidad de estaciones meteorológicas y épocas en las que se cerraron estaciones. 

Es difícil tener un mapa de cómo fue cambiando el clima en Argentina previo a 1960. Pero si, harían falta más observaciones.

-¿Cómo se pude fundamentar, con observaciones tan recientes, el cambio climático? Los geólogos, por ejemplo, objetan que el lapso que se toma sea tan reciente.

– Con el hecho de que en los últimos 400 mil años nunca hubo la concentración de dióxido de carbono que tenemos hoy en la atmósfera.

-¿Y de eso sí hay mediciones?

Sí, porque usamos los datos aproximados de testigos de hielo, anillos de árboles, corales, polen. A partir de esa información se hacen las estimaciones.

El dióxido de carbono nunca tuvo el valor al que llegó ahora, con un crecimiento exponencial a partir de la revolución industrial donde empezó la quema intensiva de petróleo, gas natural, del carbón. El uso intensivo de estos combustibles intensificó el efecto invernadero natural que tiene el sistema climático.

Otras causas que pueden generar cambios en el clima tienen que ver con la energía que emite el sol, con los cambios en procesos astronómicos, la forma de la órbita de la Tierra alrededor del sol, la inclinación del eje de la Tierra respecto del plano del movimiento de traslación, el movimientos de deriva que tienen los continentes, los movimientos de creación de orografía.

Entonces, uno lo que hace es primero evaluar la escala de tiempo en la cual esos fenómenos ocurren. ¿Los procesos geológicos? Estamos hablando de millones de años. ¿Procesos astronómicos, como el movimiento del cambio en la inclinación del eje de la Tierra, del cambio en la órbita? Hablamos de decenas a cientos de miles de años. 

Los únicos procesos naturales que podrían explicar el marcado aumento de la temperatura registrada desde 1850 o 1900 hasta ahora, son las acciones humanas que tienen que ver con el uso intensivo y la quema de los combustibles fósiles, y también el uso de suelo.

¿Cómo hacemos para realizar esa atribución? Usamos herramientas que nos proveen la Matemática y la Física de cómo sabemos que funciona el sistema climático. Eso lo representamos con ecuaciones, con modelos, que nos permiten discriminar la importancia relativa de cada uno de esos efectos.

El sol tiene una capacidad en su ciclo de 11 años de modificar la temperatura del aire del orden de las centésimas de grado. Y entre 1850 o 1900, si tomamos eso como referencia hasta ahora, la temperatura subió un grado. Por lo tanto el sol no podría explicar el aumento de temperatura observado.

Esto no forma parte de un ciclo natural del clima, porque existen las herramientas para hacer la atribución; la ciencia tiene las herramientas para hacer la atribución de los cambios observados a las acciones humanas.

-¿Que habría que mejorar en cuanto a mediciones y cambio climático?

-Sería deseable contar con redes de observación más densas y que se sostengan en el tiempo. Algunas regiones están poco monitoreadas, sobre todo en los países menos desarrollados. Claramente hay pocos datos en África, y en Sudamérica tenemos muchas regiones con poca información.

Por otra parte, la densidad de estaciones que se necesita para medir la temperatura no es la misma que para medir la lluvia. La lluvia es mucho más dispersa, más heterogénea en su ocurrencia, y entonces uno necesita tener más información. 

– ¿Cómo son las mediciones en las ciudades?

Por lo general hay pocas mediciones. Las ciudades son las que emiten mayor cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera, en general el 70 % de las emisiones proviene de ambientes urbanos. Y paradójicamente, la información meteorológica de la ciudad suele estar representada por uno o dos datos.

En Buenos Aires, dónde viven trece millones de personas, tenemos las estaciones de Aeroparque y el Observatorio Central, en Villa Ortúzar. 

Si uno quisiera conocer mejor cómo funciona el clima de la ciudad, cómo va cambiando a medida que crecen las edificaciones, habría que intensificar las mediciones. 

Con la construcción de torres y edificios se modifica el movimiento del aire, se generan corrientes de mucha velocidad cerca del suelo (porque el aire tiene que rodear a los edificios) y se crean microclimas que no están monitoreados. 

Esos cambios afectan a quienes viven en la ciudad, por lo que de contar con esa información se podría articular mejor la planificación urbana. De lo contrario, se cambian códigos de edificación, se autorizan obras de infraestructura, sin medir ni considerar el impacto en la gente.

-¿Cuáles son sus expectativas en cuanto al cambio climático? ¿Tiene una mirada optimista o pesimista? 

-Las proyecciones no son muy alentadoras, porque hace décadas que se viene hablando del tema y las medidas que se tomaron hasta ahora no han logrado ni siquiera desacelerar la tendencia. La cantidad de dióxido en la atmósfera viene aumentando de forma sostenida el 1 % anual, y en el 2018 aumentó un 2 %.

La idea no es volver atrás en el tiempo; la ciencia nos muestra que si queremos limitar el aumento de la temperatura a un grado y medio respecto del período preindustrial, todavía estamos a tiempo (estamos en 1,1). Pero para eso, tenemos que hacer enormes transformaciones, como reducir para el 2030 el 45 % de las emisiones de dióxido de carbono.

Son transformaciones que tienen que ver con el modo de producción, la energía, la eficiencia energética, la forma en que se producen los alimentos. Son transformaciones muy grandes. Por eso, por un lado el panorama es alentador: la ciencia nos dice que si quisiéramos hacerlo todavía estamos a tiempo, y así lo muestra el último informe del IPCC.  Pero cuando uno ve la transformación que hace falta y cómo se mueve el mundo, parece difícil. 

Los movimientos de jóvenes han logrado poner en la vidriera y en la agenda el tema como nunca antes se había logrado, y tal vez eso logre motorizar parte de los cambios que hacen falta. 

-¿Cómo está la Argentina en ese contexto? Si bien aporta menos del 1 % de todos los gases de efecto invernadero que se emiten en el mundo, se encuentra en el tercer puesto de los países que más emiten en Latinoamérica, después de Brasil y México.

– Nuestro país se comprometió a que el 20 % de la energía que produzca para el 2025 sea de fuentes renovables. Ahora está en un 7 %, pero la tendencia es en aumento.  Por otro lado, se siguen explotando combustibles fósiles, como en Vaca Muerta. Aunque Argentina asumió el compromiso de reducir sus emisiones en un 18 % para el 2030.

Son compromisos que se suman en el marco de un acuerdo internacional. Lo que está en discusión en la actualidad es qué estrategias o mecanismos usar para que a los países que no cumplan con los compromisos no les resulte gratuito y pongan en práctica sus contribuciones globales.

Inés Camilloni (Foto: Exactas UBA)

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