Claudia Mazzeo (ARGENTINA)
“Me resulta intolerable la idea de que un electrón expuesto a la radiación pueda escoger a su antojo el momento y la dirección del salto. Si así resultara, finalmente preferiría haber sido zapatero remendón, o incluso empleado de casino, antes que físico.”
“La mecánica cuántica muchas veces es espantosa.”
Albert Einstein
¿Te acordás cuál era la trama de Alicia en el país de las Maravillas? Tal vez no. Pero seguro que recordás vivamente la sensación que te produjo leer ese cuento o ver la película. Desde que Alicia se topa con el conejo blanco y se anima a beber un líquido que la vuelve increíblemente pequeña, se suceden innumerables situaciones que sin duda tienen algo en común: son ilógicas, o simplemente confusas y extrañas, y te llevan a un terreno que está más cerca de lo inimaginable que de la realidad cotidiana de cualquiera de nosotros.
Aunque cueste creerlo, la Física cuántica tiene mucho de todo ello. La gran teoría física de lo infinitamente pequeño generó entre los mismos científicos asombro y confusión ya que significó, allá por el 1900 (y significa aún en nuestros días), una verdadera revolución científica, un cambio de paradigma a lo que en muchos casos postulaba la hoy llamada Física clásica (la de Newton, que se basa en las leyes básicas del movimiento sobre los objetos cotidianos).
Algunos incluso consideran que el libro ─escrito en 1865 por un profesor de matemática de Oxford, Charles Lutwidge Dodgson, bajo el seudónimo de Lewis Carroll─ casi refleja las teorías de la Física cuántica, al presentar objetos demasiado pequeños y demasiado grandes, similares a las partículas más diminutas (quarks, electrones) y lo más grande que se pueda imaginar (galaxias, agujeros negros, quásares).
Sin intentar discernir si Dodgson fue un visionario o sólo un virtuoso de la imaginación, lo cierto es que la Física cuántica nació impulsada principalmente por la búsqueda de una explicación científica al modo en que los cuerpos, al ser calentados, irradian energía.
Cuerpos negros y lamparitas
Hacia fines del siglo XIX estaba claro que la luz visible, la radiación infrarroja o la ultravioleta, eran ─y son─ distintos aspectos de un tipo de emisión que recibe el nombre genérico de radiación electromagnética. Sabían también que si un cuerpo absorbe radiación se calienta, y que un cuerpo caliente emite radiación. Sin embargo, desconocían el modo en que los diferentes materiales emiten radiación térmica. Para estudiarlo emplearon un modelo conocido como cuerpo negro, el que fue introducido por el físico Gustav Kirchhoff en 1862. Se trata de una especie de horno capaz de absorber todas las radiaciones que le llegan, sin reflejar nada. En su interior la materia y la radiación están en equilibrio, intercambiando energía de manera continua.
“El asunto es cómo es la radiación ahí adentro, cuáles son los colores de luz, cuánta energía tenés en cada color. En principio no lo podés ver, porque es un cuerpo negro y está todo cerrado, entonces lo que haces es abrir un pequeño agujero y mirar. Por ahí sale algo de radiación”, dice el físico e investigador Juan Pablo Paz. Y añade: “Lo que se veía era que la luz emitida por un cuerpo negro era de distintos colores y la intensidad de cada color dependía de la energía. La dependencia entre la energía y la frecuencia no se lograba entender con las leyes de la Física que existían hasta ese momento. Y a partir de mediciones, se estudió justamente cuánta energía hay por unidad de frecuencia (la frecuencia de la luz es el color), cuánta energía hay en el color rojo, en el azul, y así sucesivamente, y se levantaba una curva. Esa curva no se podía explicar”.
Ahí entra entonces en escena Max Planck —profesor de Física en Berlín en 1889, y merecedor del título de doctor en Física a los 21 años—, a quién el gobierno alemán le había pedido que determine a qué color debían emitir los filamentos de las bombitas para obtener la máxima eficiencia energética, minimizando la radiación en el espectro infrarrojo y en el ultravioleta.
Planck presentó una fórmula matemática que reproducía las curvas obtenidas. “Lo hizo de un modo totalmente ad hoc. No lo dedujo de una teoría, sino que, con mucha intuición, inventó una fórmula matemática que reproducía la curva y la publicó”, dice Paz, al ser entrevistado por ¡De acuerdo!
Pero la fórmula parecía sacada de la galera. Y Planck no podía aceptar que, aunque diera en la tecla con su fórmula, no pudiera relacionarla con ningún principio de la Física conocido hasta ese momento. Partió entonces de los resultados experimentales y de su conocimiento sobre las leyes de la termodinámica para proponer una nueva hipótesis, la que sería luego la primera regla de la Física cuántica.
Postuló que la energía no puede dividirse en cantidades infinitamente pequeñas, sino que está almacenada en paquetes o cuantos de energía, está cuantizada (de ahí recibe su nombre la teoría cuántica). Esto equivalía a decir que la energía no es un flujo continuo, sino que crece o decrece a saltos. Como cuando subís escalones, o avanzás de uno en uno con tus manos por los barrotes de unos pasamanos.
Max Planck supuso que en el interior del cuerpo negro había cuantos de energía para cada frecuencia de radiación, siendo la energía de cada cuanto (que es un fotón,) proporcional a la frecuencia.
La constante de proporcionalidad entre la energía (E) y la frecuencia (ν) se denominó constante de Planck, formulando la siguiente ecuación E = h × ν
La constante de Planck (representada por la letra h) relaciona la energía (E) de los fotones con la frecuencia de la onda lumínica (letra griega, ν).
Mediante observaciones determinó que el valor de la constante era 6,55 × 10−34 J × s y el 14 de diciembre de 1900 presentó una nueva constante universal a la Sociedad Alemana de Física, diciendo que la energía “está hecha de un número completamente determinado de finitas partes iguales”.
Si tenemos en cuenta que la energía que libera una pequeña luciérnaga, por ejemplo, contiene miles de millones de cuantos, podemos deducir que el valor de la constante de Planck es diminuto.
La cuántica de nuestra vida cotidiana
“El mundo de las partículas, que es el mundo de los electrones, los fotones o los núcleos atómicos, se explica con la Física cuántica”, dice Alejandra Tonina. “Los instrumentos y equipos que usamos hoy en día, como los celulares, las computadoras, los resonadores nucleares o los láseres, hacen uso de un comportamiento especial de estas partículas que sólo se explica a través de la teoría cuántica”, agrega la investigadora del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI).
Tonina destaca que, quienes a principios del siglo XX modelaron y predijeron este comportamiento permitieron que exista la tecnología que hoy usamos en nuestra vida diaria. “La constante de Planck, h, aparece íntimamente ligada a la Física cuántica desde sus postulados fundamentales. Al incorporar las constantes universales al nuevo Sistema Internacional de Unidades, se hizo natural que una de ellas fuera la constante de Planck. Y esta constante es clave en los efectos Josephson y Hall que forman parte de lo que conocemos como Metrología Cuántica, teniendo el INTI uno de sus laboratorios dedicado en su totalidad a estos temas”, puntualiza.
Fue así como la Conferencia General de Pesas y Medidas, que se reunió en noviembre de 2018 en Versalles, decidió sobre la nueva definición del kilogramo basada en la constante de Planck.
Eso implica un acuerdo mundial en cuál es el valor de la constante, lo que hace necesario llegar a un mismo valor mediante dos métodos diferentes: la balanza de Watt y la constante de Avogadro.
La balanza de Watt es un dispositivo electrónico capaz de medir la masa de un objeto a través de mediciones muy precisas de corriente y tensión eléctrica. Por su parte la constante de Avogadro es el número de partículas que hay en un mol de sustancia, la que en este caso se obtiene contando el número de átomos existentes en una esfera de silicio de 1 kg.
Si algo podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que ni la propia Alicia hubiera podido imaginar que estimar el peso de unas deliciosas masitas sería la consecuencia de realizar tan complejas operaciones. Una vez más, Planck parece haber sacado la solución de la galera.