La música bien guardada

Guardar los sonidos para reproducirlos más tarde fue un sueño que acompañó a la humanidad durante cientos de años. Y lo intentó muchas veces hasta lograrlo. Ya en las primeras décadas del siglo XV, el italiano Giovanni Battista della Porta, probó —sin éxito, por supuesto— ‟atrapar” sonidos dentro de tubos metálicos. Pero recién en el siglo XIX surgieron las primeras ideas efectivas que permitirían cumplirlo.

Aunque hubo algunos otros antecedentes, el primer instrumento capaz de almacenar y reproducir sonido fue el fonógrafo, que nació en 1877 de la mano de Thomas Alva Edison. Este inventor conectó un megáfono que recogía y concentraba las ondas sonoras sobre una membrana de material elástico, a la que se conectaba una aguja. Al recibir las ondas, la membrana vibraba y la aguja iba generando una marca sobre un cilindro de cera. Revirtiendo el proceso era posible escuchar lo “grabado” en el cilindro.

Por supuesto que estos sistemas lograban muy poca fidelidad y volumen. Además había una limitación de tiempo, ya que los cilindros de cera podían almacenar sólo un par de minutos de palabras habladas o de música.

En 1887 un alemán, Emil Berliner, patentó un sistema alternativo que en lugar de grabar y reproducir sobre un cilindro sólido lo hacía sobre un disco plano, que rotaba a unas 78 vueltas por minuto (RPM). El gramófono, como se le llamó, tuvo mucho éxito porque permitió un mejor aprovechamiento del espacio y fabricar en serie copias de discos que se desearan; pero sobretodo, facilitó que se pudiera escuchar música de artistas u orquestas sin tener que asistir a sus conciertos o espectáculos musicales. Escuchar música sería de ahora en más una actividad para llevar a cabo en casa.

A partir del año 1904 estos discos ya eran capaces de almacenar sonidos en sus dos caras y guardaban entre tres y cuatro minutos de música. El material de base de estos primeros discos, conocidos como “discos de pasta” era un derivado de una resina de goma laca.

En el año 1931 la compañía RCA Victor lanzó al mercado el long play, un tipo de disco que lo dominaría por décadas. Fabricado de un material plástico llamado polivinilo, era más resistente al calor y a los golpes que los de pasta, giraba a 33 y 1/3 RMP y permitía almacenar hasta 20 minutos de música.

Mientras tanto, en la década del ´20, en Europa otro inventor alemán ideaba otro tipo de soporte alternativo para el almacenamiento de datos que tendría una enorme influencia hasta nuestros días. El sistema era capaz de grabar información en “pistas” que se formaban sobre una delgada banda plástica cuya superficie se cubría con un polvo de material magnetizado, generalmente óxido de hierro. Esta “cinta magnética” fue una idea de Fritz Pfleumer que la puso a punto en 1928 y con ella dio paso al magnetophon —desarrollado por las firmas AEG y BASF—, que tuvo gran aceptación a partir de 1935, primero en las emisoras de radio y también en manos de los militares alemanes que las usaron para hacer difusión política.

En esa época, aparecieron también los grabadores en alambre de hierro (acero). En lugar de cinta usaban un alambre cilíndrico. El famoso concierto de Benny Goodman en el Carnegie Hall, fue grabado en este medio con un solo micrófono puesto muy cerca de la batería de Gene Kruppa (y por eso la batería se escucha tan fuerte).

A partir de 1946, el desarrollo tecnológico del magnetophon comenzó a hacerse popular entre los consumidores, cuando la firma Brush Development Company lanzó en EE.UU la primera cinta de grabación apta para ser usada por el público general. Vale la pena destacar que los primeros modelos de esta cinta estaban fabricados en un sustrato de papel, al que —con diversos adhesivos químicos— se le adosaba el polvo de magnetita, responsable de “guardar” la grabación musical. Recién en 1948 surgió el sustrato plástico con la cobertura de magnetita que fue el tipo de cinta que se popularizó durante las siguientes décadas, en diversos tamaños.

Justamente, lo que proliferaron fueron diversas opciones de formatos de cintas, tanto en ancho como en largo y en cantidad de pistas de sonido que, además, corrían a variadas velocidades, según las decisiones de cada fabricante de equipos.

En 1962 la firma holandesa Philips presentó su formato compact cassette que se convertiría en el estándar dominante hasta la llegada de la música digital. El cassette se comercializó básicamente en dos opciones: una, con la música pregrabada por alguna compañía discográfica; la otra, el cassette “virgen”, en el que cada persona hacía sus propias grabaciones. Básicamente, el mecanismo constaba de dos carretes entre los cuales se desenrollaba la cinta magnética, y era protegido por una carcasa plástica.

En la década del ´80, los cassettes alcanzaron su máximo protagonismo apoyados por dos desarrollos tecnológicos claves. Primero cuando la firma japonesa Sony lanzó el popular walkman, un aparato reproductor de música pequeño y transportable que, operado a batería, le permitía a un oyente llevar a todas partes una gran cantidad de música y escucharla en forma personal, a través de auriculares. Al mismo tiempo también proliferaron grandes aparatos reproductores, de varios kilogramos de masa y muchos watts de potencia sonora, que tenían un formato resistente y podían ser trasladados y ser escuchados por muchas personas en forma simultánea.

La idea del CD (acrónimo de su nombre en inglés, Compact Disc) fue desarrollada por dos compañías del mundo de la electrónica: Philips y Sony, primero compitiendo y luego en forma conjunta. Fue presentado oficialmente en 1980 y un par de años más tarde ambas empresas comenzaron a vender música en este soporte. Consistía en un disco de 1,2 mm de espesor, hecho de policarbonato y aluminio.

Permitía almacenar la música en forma digital. Básicamente es una larga cadena de ceros y unos (0 y 1) —interpretados como puntos reflectantes y no reflectantes—, que reciben un haz de rayo láser y cuya reflexión es leída por un sensor. Las diferencias de reflexión del láser generadas por estos dos puntos son interpretadas en lenguaje binario y en forma electrónica y llegan a un amplificador que traduce la información en un flujo de electrones que es amplificado y que termina generando el sonido de alta fidelidad a través de los parlantes. En un CD caben unos 80 minutos de sonido y el disco gira a unas 500 RPM.

Seis siglos después que aquel italiano soñador procuró sin éxito atrapar el sonido, la humanidad no sólo ha logrado almacenarlo sino también comprimirlo. Hace sólo una década se hicieron populares los archivos MP3, un acrónimo de su nombre completo en inglés: MPEG Audio Layer III. Técnicamente se trata de un tipo de archivo de computadora, que contiene información de una pista de audio digital en formato comprimido. Por extensión, también se usa este nombre para denominar a los equipos capaces de reproducir música en este formato.

La explicación de su popularidad radica en que este tipo de archivos ofrece una calidad aceptable de sonido, pero ocupa muy poco espacio en los discos de almacenamiento de los equipos informáticos: es hasta 11 veces menor que un archivo de audio común de un CD.

Enrique Garabetyan (Argentina)

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